Lo que me gusta y lo que no me gusta

Lo que me gusta y lo que no me gusta
Divulgador económico

Me suele pasar con frecuencia. Hay palabras que me molestan y que procuro no usar. No son tacos ni groserías y las oigo en gente bien educada. Pero no me gustan.

Por casualidad, encuentro una lista de virtudes humanas. Como he dicho muchas veces, creo que la lista podía ser de una sola, la majeza, o sea, la cualidad de majo, palabra que he dicho muchas veces que, para mí, reúne todas las virtudes humanas, las de ayer, las de hoy y las de mañana, las existentes y las por existir.

En esa lista encuentro una de las palabras que no me caen bien: la empatía. Como es natural, el hecho de que no me caiga bien no quiere decir que no respete, y mucho, a los que luchan por ser empáticos.

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Pensaba que es una palabra relativamente nueva, aunque veo que ya estaba en el Webster’s, un diccionario que me compré en Boston en 1963.

Pero entonces no sabía que Platón, hace unos cuantos siglos, la había definido como “un proceso constante que busca no solo ver el mundo como lo ven los demás, sino también sentirlo como ellos”.

Crear en casa un ambiente empático es una bendición

O sea, que oculto mi ignorancia diciendo que no me gusta la palabra, aunque tengo que reconocer que aún me gusta menos la contraria, ecpatía. (Esta no viene en el Webster’s).

Al llegar aquí, paro de disquisiciones y elucubraciones, no vaya a ser que me distraigan de lo fundamental: la persona con virtudes humanas, la persona maja, síntesis de persona que lucha por ser fuerte, serena, sincera, paciente, trabajadora, veraz, justa en sus apreciaciones; repito, maja. Y sonriente. Tener al lado un/a majo/a sonriente es un auténtico chollo.

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Luchar por serlo es una aventura preciosa. Crear en casa un ambiente empático, una bendición, que ya está premiada con lo bien que se está allí. Trasladar ese ambiente a nuestros amigos, una maravillosa labor social. Porque hay demasiados ecpáticos. No sonríen, desprecian a los demás y hacen mucho ruido.

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